Lo tenía todo para ser el ídolo del espanyolismo. Y lo ha sido. Para marcar una época y convertirse en uno de los futbolistas icónicos en la historia del club. Eso, sin duda, no lo ha logrado. Raúl de Tomás ha surcado en el Espanyol los cielos y ha caído a los infiernos, seguramente fruto de una gestión lamentable por parte de todos los actores de este sainete. Su desenlace, con su salida ‘low cost’ al Rayo Vallecano, el único club que lo ha querido en todo este tiempo, sintetiza un final de lo más tétrico para un intenso romance.
Rescatado en enero de 2020 del Benfica, todo un equipo Champions al que había llegado seis meses antes pero donde no había encajado, abonó el Espanyol 20 millones fijos y otros 2,5 en variables, en un intento a la desesperada (y en vano) de los pericos por aferrarse a la permanencia. El fichaje más caro en los 120 años de la entidad. Cinco goles consecutivos en sus cinco primeros partidos con la camiseta blanquiazul, desde San Sebastián de los Reyes en la Copa –ante su hermano Rubén, con el que ahora volverá a coincidir porque juega en el filial del Rayo– al Mallorca en la Liga, sirvieron de espejismo para creer en esa remontada.
Pero llegó la pandemia. Y, a la vuelta, De Tomás prácticamente desapareció. Una presunta tendinitis tuvo la culpa. Cuando Francisco Joaquín Pérez Rufete, su gran valedor, asumió ya con el descenso en ciernes el cargo de entrenador junto al de director deportivo, en detrimento de Abelardo Fernández, de repente se recuperó. Pero ya no volvió a marcar.
Con el Espanyol condenado a vagar por Segunda, activó el delantero todos los mecanismos para abandonar el RCDE Stadium. Pero se dio su primer baño de realidad. El primer desengaño. Ningún club apostó por él. Cambió de agentes, para que eso nunca más sucediera. Y, una vez terminó el mercado, se presentó llorando en el despacho de Rufete, resistiéndose a aceptar su suerte, lamentando literalmente que su carrera como jugador había terminado.
El talante de Vicente Moreno, quien prácticamente ejerció con él más de tutor que de entrenador, le restituyó en la rueda de la competición. Hasta el punto de que fue crucial en el ascenso, anotó 23 goles (alguno dio la vuelta al mundo, como aquel desde el centro del campo ante el Almería), fue el pichichi de la categoría de plata.
Y, de retorno a Primera, Raúl de Tomás vivió los mayores momentos de esplendor de su carrera deportiva. La confirmación de su idilio con la afición perica. Y la llamada de Luis Enrique para convertirlo en internacional con la Selección española. Lo tenía todo. 17 dianas la pasada temporada, goles contra Real Madrid, Barcelona y Atlético, el reconocimiento del planeta fútbol… Pero su relación con el vestuario, que ya había ido viviendo momentos de altibajos desde demasiado pronto, durante el propio confinamiento (una constante en su carrera), se fue erosionando cada día más y más. Con algunos de sus compañeros. Con el entrenador, como se pudo constatar en el bochornoso capítulo del Bernabéu –Moreno agarrándole de la pechera–. Y con el club.
Al cierre de esta última campaña, y aunque de puertas afuera RdT era la estrella sobre la que seguir edificando el futuro –no en vano, su contrato no expiraba hasta 2026–, los protagonistas de esta historia ya tenían claro que el divorcio se había consumado. De Tomás quería irse. El Espanyol, que sobre su venta se armaría la revolución en la plantilla. Y su agencia, con la que termina vinculación este próximo 30 de septiembre, que sería la última oportunidad para hacer negocio con él. Además, aterrizó en el banquillo perico Diego Martínez, poco amante de los egos, y recogió el guante de su nuevo club.
¿Qué podía salir mal? Pues a la vista está que prácticamente todo.
De su cláusula de rescisión, que había ascendido a 70 millones de euros tras su estreno con España, acabará embolsándose el Espanyol una parte ínfima, menos de una quinta parte, 11 millones entre fijos y variables, por un internacional y máximo realizador estatal vigente junto a Iago Aspas. Una ruina, por mucho que sirva para amortizar las cantidades pendientes de pago al Benfica y que, por supuesto, solvente un problema de vestuario, toda vez que sus “molestias” le habían impedido jugar ni un minuto desde la pretemporada.
Y, desde la óptica del jugador, un verano en el que comenzó con el objetivo totalmente realista de la Copa del Mundo de Qatar y los cantos de sirena de Bayern de Múnich, Real Madrid y de la Premier, más fabricados por su entorno que por propuestas de dichos clubes, terminará sin Mundial y sin aspirar más que a los mismos objetivos que de haber seguido en el RCDE Stadium. Y sin poder jugar, más que entrenarse, hasta el próximo mes de enero.
Solo se salvará aparentemente de la ruina el Rayo, el club en el que ya había sido feliz, que le queda al jugador cerca de casa y que se lleva el gato al agua simple y llanamente porque ha sido el único que ha presentado una oferta. Una ganga que, aun así, le ha procurado momentos bochornosos, como la inscripción frustrada en la Liga en el último día de mercado o la trifulca entre el presidente, Raúl Martín Presa, y los agentes de Raúl de Tomás, en presencia del ariete y con denuncias de por medio, apenas un día antes de que se perfilara el acuerdo entre clubes.
Visto con perspectiva, esa es la única manera posible de rubricar una historia que comenzó como novela épica y ha desembocado en un culebrón de bajo presupuesto, en el que cada capítulo ha superado en delirio al anterior. Y en el que Raúl de Tomás, ídolo, goleador, próximo mundialista, se antoja hoy una caricatura de sí mismo, que solo el tiempo y mucho esfuerzo podrán restituir. Pero ya no en el Espanyol. En Twitter sintetizó en una frase el sentir perico el exjugador y actual entrenador del Juvenil B blanquiazul, Javi Chica: “Cierra la puerta al salir”.