Cuando muchos en Estados Unidos miraban al soccer (el término ‘football’ sigue y seguirá reservado al fútbol americano) como un pasatiempo casi exótico, con Pelé, Beckenbauer y George Best apurando su fútbol en el país de las barras y las estrellas, sólo un hombre supo captar el poder intrínseco del fútbol como arma política. Ese hombre, al menos, era el más poderoso de Estados Unidos durante los turbulentos años setenta y ochenta de la guerra de Vietnam y las primeras tensiones con la Irán de los Ayatolás y la crisis de los rehenes. Ese hombre era Henry Kissinger, por entonces Secretario de Estado de EEUU y en paralelo, un hincha refinado del fútbol tal y como lo conocemos nosotros. Kissinger, quizá la figura más importante de la política estadounidense contemporánea, no sólo sigue vivo a punto de cumplir 100 años, es que sigue orientando desde la retaguardia buena parte de la política exterior estadounidense. Da conferencias y sigue escribiendo libros sobre liderazgo. Hoy hay un decisivo Estados Unidos-Irán (20:00 horas) en el Mundial… y hace unos meses Kissinger insistió en una de sus últimas presencias públicas en que había que tensar la relación con el país persa a cuenta de si debe o no permitírsele tener armamento nuclear. El fútbol como reflejo fortuito, esta vez, de la geopolítica mundial.
Kissinger está prácticamente sordo desde hace más de una década pero hoy seguro que se pegará a la tele para no perder detalle. Es casi un partido este EEUU-Irán (20:00 horas) hecho a su medida. Con el país árabe incendiado por las protestas internas por los asesinatos de mujeres a manos de la férrea policía moral iraní, que han tenido su eco con marchas en Washington hasta el Capitolio y la Casa Blanca, y con Estados Unidos reclamando en paralelo su creciente peso en el concierto del fútbol internacional, lo que siempre soñó Kissinger. A ello se entregó durante buena parte de su vida. Una de sus facetas menos conocidas es que fue comisionado de la extinta liga estadounidense NASL (la predecesora de la actual MLS) y que por su mediación la dictadura brasileña permitió a Pelé unirse al Cosmos de Nueva York.
Personaje más que controvertido pese que tiene en su casa un Premio Nobel de la Paz, Kissinger se movía como el pez en el agua entre los dictadores sudamericanos. Intervino en el golpe de Estado en Chile donde se usaron estadios de fútbol como campos de concentración y al Mundial de 1978 acudió a Argentina como invitado de honor de la Junta criminal de Videla. La pelota fue el vínculo que utilizó cuando las relaciones con la URSS escalaban hasta episodios preliminares de holocausto nuclear. Con Brezhnev, a finales de los sesenta, charlaba sobre la Brasil de Pelé. “He leído hace poco un libro sobre la selección brasileña”, está registrado que le contó una vez el dirigente soviético. Ambos charlaron, según esos papeles, con admiración de Garrincha, aquel genio contrahecho de los regates infinitos.
Los dribblings con los que la FIFA fue sorteando los intentos de Kissinger de llevar un Mundial a Estados Unidos se acabaron con la concesión del certamen de 1994, seducidos por la idea pregonada por el político estadounidense de que Norteamérica era un nuevo El Dorado para la expansión (en términos monetarios) del negocio mundialista. Para entonces, su afición por el fútbol originada en su infancia en Alemania (en su Fürth natal el gran club de la zona, el Greuther le homenajeó en 2012) había ido dejando pinceladas de conocimiento aquí y allá. Fue sonado su artículo en El País durante el Mundial de México en el que establecía paralelismos entre la idiosincrasia de un país y el estilo desplegado por su selección de fútbol y en 1987, por ejemplo, fue invitado por el Madrid al palco del Bernabéu a un partido liguero contra el Mallorca. Se quedó prendado del Madrid de la Quinta del Buitre. “Juega de manera muy bella, no como la selección española, que parecen toreros”, fue el dictamen de un Kissinger que aún se lamía las heridas de ver el Mundial de 1986 (por el que peleó a brazo partido) al sur de la frontera. México logró repetir la organización de un Mundial pero Brasil, que lo intentó para 1994, ya no pudo sortear la presión política estadounidense.
Ahora, Irán. Curiosamente, como ahora, Doha fue el escenario en enero pasado de una cumbre entre Estados Unidos e Irán con Qatar como mediador para tratar de nuevo el acuerdo sobre la cuestión atómica que se estableció en 2015. Kissinger, en una entrevista para un medio británico, reaccionó con una frase que suena contundente en boca de un personaje con tanto calado aún en el espectro político. No hay que olvidar que asesoró a Donald Trump, por citar su obra más reciente. “No hay más alternativa que la eliminación de la fuerza nuclear iraní”, dijo Kissinger, tajante. “La paz en Oriente Medio es imposible con Irán en posesión de armas nucleares, hay un alto riesgo de que Israel pueda realizar un ataque preventivo, porque es un país que sólo podría recibir un golpe. Ese es el problema inherente a esta crisis”. “Aquel primer acuerdo en 2015 ya me dejó muchas dudas, porque es muy difícil comprobar si Irán lo cumple o no”, indicó.
Estados Unidos, Irán y un puesto en octavos de final en juego. Asuntos que sacarán hoy, seguro, a Henry Kissinger de su apacible retiro en su lujoso apartamento en Manhattan. La política y el soccer, el fútbol, le llaman.