Durante su etapa de futbolista, Pablo García (Pando, Uruguay, 11 de mayo de 1977) siempre estaba pegado a un termo y un mate. Como buen uruguayo. Llegó a España muy joven y no pudo triunfar en el Atleti, algo que sí logró en Osasuna (2002-05), club que le abrió la puerta del Madrid de los Galácticos tras un traspaso de 4,5 millones de euros en el verano de 2005. Ahora, desde la distancia del tiempo, reflexiona con el criterio del buen conversador que es y agradece la llamada para hablar del pasado, presente y futuro.
Empezando por el presente, acaba de estar con la selección de Uruguay en Austria. ¿Qué sensaciones le transmitieron?
Le tengo mucha fe a Uruguay de cara a Qatar. La veo bien, la veo fuerte, sin techo alguno. Nosotros entendemos que al Mundial se va para ganar, no lo podemos sentir de otra forma.
¿Qué hace al jugador uruguayo distinto? ¿Por qué salen tantos pese a ser un país relativamente pequeño?
La calle y la pasión. Jugábamos todos los días libres, en la calle. Recuerdo que terminábamos la escuela y estábamos jugando hasta la noche con la pelota. Creo que ahí se va perfeccionando la técnica y el carácter también. Por ejemplo, los ejercicios de ahora de cuatro contra cuatro o cinco contra cinco ya los hacíamos en su momento. Y en campos malos… Luego está el ADN. Cada país tiene su forma de ser. Hay muchos jugadores en Uruguay pese a que somos muy pocos. El uruguayo compite y se adapta a todas las circunstancias. Hay uruguayos por todas las partes del mundo.
Valverde es uno. ¿Esperaba esta evolución?
La verdad es que sí. Me preguntaron antes por Valverde y yo contesté que era una versión de Kroos mejorada. Tiene mucha dinámica, viste que Ancelotti le pone de extremo, se cierra por dentro, también baja a defender al lateral… Le pega con las dos piernas y es joven, puede seguir mejorando mucho más. Es un cañón, la verdad que anda muy bien.
Valverde es centrocampista, como usted, aunque diferente. ¿Cómo recuerda sus inicios?
En el campito. Jugábamos en un campo vacío, sin nada, y hacíamos los arcos como podíamos. Estábamos todo el día. Un día cinco contra cinco, otro día seis contra seis… Algún día faltaba alguno y jugábamos en inferioridad numérica. Es lo que se hace ahora en las academias. Lo que pasa ahora en las academias es que a los más chicos se les dice ‘pasa, pasa’ y creo que ahí está el error. Antes jugábamos libre, cada uno quería la pelota para él para hacer la jugada. Hoy se coarta a los chicos y se les debería dejar más libres. También antes te hacías fuerte. Jugabas con chicos más grandes, que te querían intimidar y te entraban fuerte y se forjaba el carácter.
¿Por qué ser mediocentro?
Generalmente, en Uruguay y en Argentina siempre ha habido grandes 5, la posición en la que jugué siempre. Había jugadores veteranos como Diego Dorta, que estaba en Peñarol, en los que me fijaba.
Antes de pasar por Osasuna y Real Madrid, estuvo en el filial del Atlético. Nunca pareció estar cómodo allí.
Es difícil. Salí de un pueblo chico de Uruguay jugando en el campito. Solo había jugado un año en el fútbol profesional y llegas a Madrid y a un equipo tan grande… Se me hizo complicado. Si bien la cultura es parecida, hay muchas cosas nuevas. Y si no estás preparado, es difícil. Llegué recién casado y me costó acomodarme.
En Osasuna, en cambio, siempre será recordado.
Antes pasé por Italia. Para Osasuna me pilló Javier Aguirre y me dio mucha confianza. Para un jugador eso es muy importante y encontré un lugar donde me recibieron muy bien. Había un buen grupo y estuve tres años muy buenos.
¿Tan importante fue Aguirre en su carrera?
Fue clave. Hay veces que un entrenador no te pide o tiene en su mente un jugador de otras características, y te cuesta más jugar. Él mismo me pidió para Osasuna. En los primeros partidos no empecé jugando bien y recuerdo que él me preguntó: ‘¿qué te pasa, uruguayo?’. Le dije que no había comenzado bien y que si me tenía que quitar que me quitara. Y desde ese día nunca me dijo nada y siempre me puso a jugar. Me dio la confianza y empecé a levantar el nivel. Todo me lo hizo más fácil.
Usted cargaba con la etiqueta de jugador guerrero, pero tenía buena zurda. ¿Le ha pesado alguna vez esa fama?
Siempre tuve un poco el cartel de un jugador duro y áspero, de muchas faltas. Pero si ves las estadísticas, uno más o menos que sepa de fútbol comprueba el rendimiento. La verdad es que me gustaba jugar fuerte, porque la mayoría de los jugadores uruguayos sienten el fútbol así, con pasión, de no rendirse, de sacar ventaja. Pero tenía buen pie, hasta tiraba las faltas. En Osasuna me acoplé bien con Puñal, pero de afuera siempre te ponen una etiqueta. Así es el fútbol.
El 0-3 en el Bernabéu en 2004 fue un momento que seguro no olvida. Marcó de vaselina a Casillas. ¿Cómo lo vivieron?
Ya tengo 45 años y la memoria se me va un poco… (Risas). Me acuerdo de que el Madrid no estaba bien y nosotros fuimos con confianza. El partido se fue dando. Recuerdo que el Vasco nos dijo que jugáramos hombre a hombre con los pivotes de ellos. Cuando un equipo no está bien a nivel mental y le marcas un gol, le viene el bajón. Se aprovechó el momento.
Lástima que en 2005 no pudieran ganar la final de Copa al Betis…
Es verdad. Lo lindo es que la final fue una fiesta. Hubo mucha alegría y respeto. El ambiente fue impresionante. Después siempre gana uno; a nosotros nos tocó perder. Fue una lástima porque habíamos hecho una gran campaña con Aguirre. Nos faltó la guinda de la torta.
Después se produjo su llegada al Madrid. ¿Cómo se gestó el fichaje?
El primero que me dijo que el Madrid me quería fue mi representante, que era Paco Casal. Él me dijo que estaba esa oferta. No había mucho que pensar. Al Madrid nadie le dice que no. Es imposible rechazarlo.
Estuvo solo una temporada. ¿Sufrió el cambio tan grande de pasar de Osasuna al Madrid?
Todo era muy distinto. El Madrid, además, estaba en esa transición donde había salidas, había algunos jugadores veteranos y llegaba un entrenador nuevo como Luxemburgo. Recuerdo que en ese momento se rodaba una película (Goal) y había actores y cámaras en el vestuario. Se me complicó. La verdad es que no lo pasé bien. Estaba acostumbrado a otra cosa en todos los sentidos. Fue difícil. Y el Madrid no espera a nadie. Eso fue lo que pasó, pero fue una experiencia inolvidable.
En los partidos Osasuna-Madrid siempre tenía muchos piques con Guti…
Son cosas que tiene el folclore del fútbol. A nosotros los sudamericanos nos gusta eso y sacar ventajas. Teníamos un pique porque uno quiere ganar, pero ahí terminó en la cancha. Después en el vestuario me recibieron muy bien. No hubo problema alguno.
Estuvo con Luxemburgo y el cuadrado mágico que tanto dio que hablar. ¿Cómo se ajustaban a ese sistema dentro del campo?
El cuadrado mágico parecía lindo, pero no era tan lindo porque tenías que defender y marcar (risas). Se te hacía muy grande el campo. Acostumbrado a estar todos compactos y con las líneas juntas en Osasuna, cada partido se sufría porque tenías que abarcar mucho espacio.
Coincidió con Zidane. ¿Se imaginaba en ese momento lo que ha hecho como entrenador?
La verdad es que no se podía esperar. Era una gran persona, aparte de jugador. Era muy humilde, medio callado, no hablaba mucho. Cuando cogió el Castilla recuerdo que fui a visitarle en un entrenamiento. No le fue tan bien, pero después tuvo la opción de agarrar al Madrid y lo que hizo es increíble. Algo tiene que tener para ganar tantas Champions seguidas. Es admirable. Y sin tanto ruido…
¿Sin tanto ruido?
Puedes saber mucho tácticamente, pero en el Madrid tienes que gestionar a grandes figuras. Todas de distinto carácter. A él le ayudó seguro haber estado en ese tipo de vestuario. También ahora a Ancelotti, que es un fenómeno, aunque no tengo el placer de conocerle. Es un gran entrenador y no hace tanto ruido como otros.
¿Cree que esa gestión del vestuario pudo ser clave en la pasada Champions? Fue un milagro tras otro.
Eso es lo lindo del fútbol. Pasan cosas que no están en los planes. El Madrid se fue creciendo, se hizo fuerte y se vio que tenía un grupo unido con un gran entrenador. Fue impresionante. Y la camiseta…
¿Se refiere al carácter ganador del Madrid?
La historia pesa. La mística que tiene la camiseta no es de ahora. Nada está acabado hasta que pita el árbitro. Si esto no lo hacía antes, quiere decir que sería algo nuevo… pero si antes lo hacían, quiere decir que hay algo. Por eso lo hicieron antes, lo hicieron ahora y lo harán el día de mañana.